De madres e hijas

Ese breve llamado es suficiente para despertarme, tiene el tono agudo de la desesperacion hambreada de mi gato. Abro los ojos y lo veo alli, sentado observándome, sería incapaz de exigirme demasiado, solamente un breve pseudo maullido y un sentarse a esperar hasta que yo, montaña echada bajo las cobijas, abra los ojos. Podría jurar que me sonríe, su mirada viva se enfoca directamente en mí y retrocede tropezándose consigo mismo para hacer espacio a mis piernas que bajan a la tierra, mis pies que buscan a tientas las sandalias, a mi sonrisa y mi voz que lo saludan.

Hoy no hay trabajo, es viernes santo. Félix duerme pacíficamente todavía. Anoche estuvo trabajando hasta las 3 de la mañana, el trabajo lo tiene asfixiado, corre como un ratón de laboratorio dentro de una rueda sin freno. No es infeliz, pero es perfeccionista y atento. Pone cada gramo de atención a su trabajo y avanza sin temblar entre la cascada de correos electrónicos, documentos abiertos y reglamentos trabajados. Una que otra gráfica requiere más datos, hay que confirmar citas, explicar reglamentos, acordar decisiones. Junta tras junta a veces en línea y, despuès, en la noche, cuando yo me acuesto y leo o veo videos en mi teléfono, él se mantiene con los dedos bailando sobre el teclado hasta que ese teclear infinito me acompaña suavemente al sueño, y me deslizo, me voy sin él.

Así que hoy cerré la puerta tras de mí con la esperanza de regalarle un par de horas más de sueño, mi gato caminaba pegado a mis piernas pasando de una pierna a la otra en movimientos ondulatorios hasta que, juntos, llegamos a la cocina. Levantar sus platos y lavarlos, abrir la lata de comida, servirle. Realizo las tareas bajo su pesada mirada, apurada por sus cortos y agudos llamados. Ya voy, pues! dame un segundo, sólo vas a conseguir que haga un desastre. Listo, ya está, come. Le dejo el plato en su tapete y camino hacia el sofá. La luz entra impúdicamente revelando las motas de polvo suspendido que respiramos cada día. Me muestra el polvo, lo sucio, los rincones que día a día ignoro en mi eterno trajinar. Aun así, la luz me arranca una sonrisa. Debo limpiar, lo sé. Debería recordarle a mis hijos que limpien, debería educarlos mejor, sí, pero no quiero. No tengo ganas de llamarlos, de ordenarles, de levantarlos para «esto», no quiero imponerles mis necesidades, pero… después me lo agradecerán, verdad?Un dìa van a necesitar ser responsables de sí mismos y del lugar a donde vivirán, si tiene la estructura será mucho más fácil.. de verdad?. No lo sé. Mi madre me pedía que limpiara los domingos en la mañana, desayunábamos todos juntos y después nos repartían las tareas. A mí me tocaba trapear esa casa monstruosa de pisos y escaleras de mármol. Cientos de metros cuadrados que mi hermana barría y que yo debía trapear despuès usando una jerga limpia y un escurridor de piso. Para trapear hay que preparar primero el agua jabonosa, poner en una cubeta agua tibia y echarle detergente para pisos, Pinol o maestro limpio, una o dos tapitas nomás. Revolver, remojar la jerga hasta que se moje completamente, después exprimirla con ambas manos y finalmente dejarla caer sobre el escurridor de piso, una madera larga que termina en una tira de metal con una goma atornillada a ella. Lo importante es que la jerga cubra completamente la pieza de metal y su goma, solo así funciona cuando una apoya el peso en la parte superir del palo y comenza a moverse. La primera trapeada es la más interesante porque va dejando una linea húmeda perfecta, una línea que parte la superficie del suelo y que revela la suciedad que estaba impresa en ella antes. Si te detienes a mirar por un momento, puedes tener esa sensaciòn satisfactoria de estar abriendo un camino nuevo, de estar inaugurando un espacio virgen y libre de bacterias, un espacio brillante que refleja la luz del sol. Esta satisfacción dura poco, sobre todo si tu jerga estaba bien escurrida, entonces el piso se secará pronto y corres el riesgo de extraviarte y no saber dónde hace falta trapear, por eso no me daba mucho tiempo para ensoñar mientras trapeaba, un par de vistazos y a seguir moviéndome, empujando o jalando mi trapeador. A veces los perros, o los gatos o los hermanos pasaban corriendo y sus huellas quedaban allí, marcadas en lo húmedo del suelo. Recuerdo mi enojo, mi frustración, y el dilema que espontáneamente me asaltaba…si ya no lo trapeo se notará al secarse?

Salgo del sofá para buscar mi teléfono y un libro nuevo, no tengo ganas de seguir leyendo sobre Palestina e Israel, hay demasiado sol para eso. Así que busco un compendio de relatos breves y abro el librillo al azar. Estoy segura que leí este libro en mi viaje a Escocia y, pese a que las palabras y la trama me resuenan en el interior, así como se siente cuando una pasa por una callecita por la que ya ha pasado antes alguna vez; así me resuena la historia pero la sigo leyendo, sigo rellenando la sensación con recuerdos concretos y sonrío. Recuerdo que, mientras leía este capìtulo en Edimburgo, yo estaba vestida muy precariamente para el frìo que encontramos al llegar, recuerdo que leer sobre la mujer que quería ir a una fiesta para vencer su soledad de viuda me pareció muy triste y los vestidos que describía la autora me los imaginaba todos de manga larga y me distraía pensando en qué abrigo se iría a poner. Pero hoy, voy releyendo y los vestidos son de lentejuelas, sedas suaves y ni siquiera he pensado en que necesitara abrigo. La literatura es vida misma que se cruza en mi camino, mi cuerpo siente la seda del vestido verde, cierro los ojos y mi gato, ya harto de comida, se acerca a olerme la nariz.

Ha pasado casi una hora desde que me levanté, creo que deberìa preparame un cafè. Me levanto y de pronto miro, apagadas y comenzando a arrugarse, un par de manzanas en el frutero. Ayer comprè pasta hojaldrada para hacer un Strudel de Manzana y no lo hice. Mi cocina, tan limpia y brillante, encorvo los hombros y abro el refrigerador, saco mantequilla y el rollo de pasta hojaldrada. Vamos, que se prepara en un minuto mujer, no seas floja. Mira que a los muchachos les va a encantar desayunarlo. Además, la casa va a tener ese olor delicoso a manzanas y a canela. Y sonrío, pongo las noticias para escucharlas mientras trabajo y echo mano al pelador.

Felix viene caminando por el pasillo, los cabellos revueltos y su eterna sonrisa tatuada en la cara, está descalzo y somnolieto y lo recibo con un abrazo suave, un abrazo cotidiano de calores conocidos. Quieres desayunar? estoy empezando a preparar un Strudel. Mm! qué rico, me responde. Quería sorprenderte, le digo melosa… y Félix sonríe y me dice que podría empezar a trabajar… después podemos desayunar juntos, te parece? Asiento y regreso a mi quehacer. Lavar, pelar, rebanar, abrir la masa, mantequilla, azúcar pero moscabada y no encuentro la canela en polvo. Ya sé qué combina delicioso, el granulado de almendras, ese polvo hecho con almendras molidas que dejo caer como lluvia sobre las manzanas rebanadas. Una verdadera obra de arte. Mientras buscaba la canela me he dado cuenta de que debía precalentar el horno y lo he hecho, ahora me alegra verlo listo, ha sido justo a tiempo, he cerrado el Strudel y, tras decorarlo un poco, lo he metido al horno ya caliente.

Hay huevos en el refrigerador, los muchachos duermen todavía. Y si preparo huevos? y si aprovecho que hoy estamos juntos para hacer un desayuno majestuoso? las noticias resuenan a mis espaldas. Los trenes en alemania siguen teniendo retrasos o cancelaciones, hay huelga, los maquinistas jubilados van sumándose a los jóvenes en su petición de alza de sueldos. La gente se resigna a perder boletos, reservaciones, viajes. Saco un pequeño traste y los huevos, voy quebrando uno a uno mientras pienso en trenes, en hambre, en desigualdad. Yo estoy aquí recibiendo el sol, preparando la comida, amando a mis hijos y a mi vida y mientras tanto, como una avalancha demoledora, el sufrimiento humano está impactando la madre tierra. Pareciera que bajo mis pies hay terremotos y oleajes, y fuego, lava viva deseosa de devorar lo que encuentre a su paso y yo, muevo los pies fuera de las sandalias para sentir si en verdad está caliente el piso, si los infiernos nos están alcanzando. Y siento el frìo del mosaico y sonrìo. Tenemos mucha suerte todavía, honro mi suerte, espero que nos dure. No sé cómo enfrentaría el dolor. Apago las noticias y miro al gato que está sobre la silla, me mira y se levanta, se estira y salta hasta quedar arriba, junto a mí, junto al fregadero de platos donde puse el traste y estaba quebrando los huevos. Le beso la nariz. Saco un poco de leche y con pimienta y sal, comienzo a revolver los huevos. Mantequilla a la sartén, enciendo la cafetera, rebano el pan. Ahora está casi todo listo, agarro al gato entre mis brazos y voy abriendo puertas, primero la del hijo pequeño, que ya está sentado en su cama, le pregunto si quiere licuado de plátano y me sorprendo a mí misma al escucharme. Me dice que sí y le digo que venga a desayunar. Repito el procedimiento con mi hijo mayor. Èl ya estaba sentado en el piso de su habitación armando puentes y estructuras. Tambièn quiere licuado. Le aviso a Félix que venga y regreso a la cocina con pasos apurados, a mover los huevos y sacar la licuadora. Vamos de nuevo, plátanos, leche, canela, azúcar… sólo un poquito. A batir. El Strudel está listo, lo saco del horno. Mis hombres amados caminan alrededor, el pequeño pone música, el mayor pone mantequilla y mermelada en la mesa, Félix prepara el cafe. Yo sirvo 4 platos con pepinos, jitomates y huevo. Nos sentamos, comemos, los miro. Me miro.

En mi adolescencia vociferé tanto contra mi madre, le dije miles de veces que debería liberarse del patriarcado opresor, que buscara un trabajo, que se divorciara de mi padre porque ella definitivamente se merecía alguien mejor, alguien que no estuviera en la cama a las 9 de la mañana. Cómo puedes vivir así, ma? levantándote y haciendo tantas cosas para otros, para nosotros, tus hijos, tu esposo y tú, má? dónde estás tú?. Dónde están tus aventuras y tus sueños? no me digas que soñabas con andar limpiando la casa y viendo a tus hijos irse a pasear. No me digas que estás convencida de que este destino era para tí, que estás contenta, que te gusta, no me digas, má. No lo puedo creer, qué patético, de veras.

Una sonrisa culpable aparece en mis labios, sacudo la cabeza y miro al cielo. Neto, má, que sí, que esta vida puede ser un sueño y una la puede disfrutar, ahora lo veo.

Acerca de Alba and the Crazy Scientist

Me gusta escribir, siempre escribo... pedacitos de papel al aire que usualmente contienen las más variadas y bizarras experiencias de mi relación con el científico loco... I like writing, I always write, little papers in the wind that usually have the most bizarre and various experiences of my relationship with the crazy scientist...
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Una respuesta a De madres e hijas

  1. Hola sapita,

    Me encantó leerte y saber de vos después de tanto tiempo… te quiero mucho y deseo lo mejor para vos y los turyos! Abrazo!

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